Mi Baúl Sonoro

    Mis manos tiemblan, al igual que mi corazón. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que estuve frente a uno de los instrumentos más maravillosos de la historia, aquel que yo considero el mayor de los tesoros y el arma más poderosa de un músico y compositor. La adrenalina y el miedo fluye por mi cuerpo con demasiada prisa; tal parece que mi corazón se siente tan ansioso como yo y envía descargas continuas de adrenalina cuando la piel de mis dedos entra en contacto con las frías teclas. He guardado tanto, son demasiadas las melodías que podrían transmitir mi historia, como dije antes, desde la última vez que me dejé llevar por mis emociones, desde la última vez que me sentí tan desbordado. ¿Debería tocarlo?, ¿estaría bien hacerlo ahora?, lo último que quiero es ser visto por alguien y que piense lo peor de mi, que se lleve una idea equivocada, una que le haga pensar que soy débil ante un teclado en blanco y negro, o que soy sensible a los agudos y me sorprenden los graves. Pero, ¿a quien le importa?, toda mi vida ha sido un hilo caótico de acontecimientos que no me ha dejado tiempo siquiera para pensar en la última vez… en todas mis últimas veces. 
    Sin pensarlo un segundo más, me dejo caer en la butaca frente a mi baúl sonoro y deposito mis manos suavemente sobre el teclado. Sonrío al recordar lo bien que se siente solo sentir las teclas bajo mi piel, incluso cuando no he producido sonido alguno. No sé por dónde comenzar, así que suspiro y pienso, y es sorprendente que solo con eso pueda bastar. Me dejo llevar por mis recuerdos, mis deseos, mis frustraciones, mis secretos y enigmas, sólo me dejo llevar por lo que soy, he sido y lo que seré, y luego de otro suspiro relato con las notas lo que siento, cerrando mis ojos con placer al escuchar las primeras melodías de lo que no es una composición bien planeada en lo absoluto. Sin embargo, al cabo de un rato no es suficiente, nunca nada lo es y hablar no sirve para liberarme, es necesario gritarlo, acompañar aquel susurro del piano con un llamado de alerta, así que empiezo a cantar. Al principio con una torpeza propia de una persona que no lo hace desde hace mucho, y con el tiempo, con la fuerza de alguien a quien no le importa afinar ni sonar profesional, sino hacerse escuchar, liberar todo lo que tanto guarda para reafirmar con firmeza su existencia. La fuerza con la que sale mi voz es la misma que presiona cada tecla, y no es para menos, cada verso sale de mí como un golpe seco que al principio te deja sordo y no se siente, pero que con el tiempo se va haciendo más doloroso. No hay tiempo para sorprenderme por la agilidad con la que, en poco tiempo, mis manos ya no se sienten extrañas sobre el piano, sino que se deslizan como si estuvieran acostumbradas a ello, como si vivieran para mostrarle adoración.
    Cuando la melodía termina y con ella el sonido de mi voz, el silencio me estremece, o eso creo, porque también puede ser producto de un par de lágrimas que se escapan de mis ojos. No me molesto en quitarlas, como es usual, tampoco las manos del piano, solo veo con fijeza hacia la nada mientras mi respiración agitada provoca el subir y bajar de mi pecho, el temblor de mis manos continúa y mi sonrisa igual; me siento más vivo que antes y también duele mucho más, pero todo, cada segundo ha valido la pena, porque un mensaje ha sido enviado, uno en el que no paro de esclarecer que aunque duela, podré lidiar con ello, y seré tan fuerte como las teclas de mi baúl sonoro.

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